Las plagas han formado parte del hábitat humano desde las cavernas. El humo de las fogatas y de las cocinas hacían la función de repelente de mosquitos, moscas y otras plagas. Cuando se les agregaban plantas de olor, incienso o maderas aromáticas también le quitaban los malos olores relacionados con el sacrificio religioso o la putrefacción de alimentos Hipócrates usaba la quema de mirra, hisopo, ruda, azufre y arsénico como remedio para algunos malestares. 

Homero describe de azufre en la Odisea como práctica común para la desinfección de las viviendas En el medievo (s. V al s. XV) con el surgimiento de las grandes iglesias y catedrales por toda Europa donde pernoctaban los indigentes. Y llenas de peregrinos (como Santiago de Compostela) y con tumbas de connotadas personalidades de la grey era una necesidad purificar el aire. Además, se empezó a usar en las iglesias como parte de la ceremonia religiosa. En Santiago de Compostela usan el famosísimo Botafumeiro. 

A principio del siglo XX se desarrollaron gases venenosos que se usaron en la primera guerra mundial. La evolución de esta tecnología permitió la creación de los fumigantes modernos. Además de la aparición de muchos pesticidas como el DDT, que fue un milagro mundial. El desarrollo de sistemas confiables y seguro para su aplicación han permitido la amplia utilización de estos productos en el control de plagas en productos alimenticios almacenados preservándolos para consumo humano. .